HISTORIAS DE INTERÉS

Una mujer espera el último autobús en la estación cada noche, con la esperanza de encontrar a su esposo desaparecido en una expedición

El último autobús llega a la estación central del pequeño pueblo de Lindau puntualmente a las 22:47. Desde hace dos años y cuatro meses, Eleonora está en el andén, justo cuando se abren las puertas y los pasajeros, bostezando, bajan por las escaleras. Cada noche observa atentamente los rostros de quienes descienden, con una esperanza apagada, pero que aún no la ha abandonado.

La historia de Eleonora comenzó cuando su esposo, Markus, un geólogo reconocido, partió en una expedición a las montañas del norte de Noruega. Una misión de rutina, de esas que había realizado decenas de veces en los quince años de matrimonio. “Volveré en tres semanas — le dijo, dándole un beso de despedida. — Te traeré un trozo de roca milenaria.”

El grupo de cuatro científicos desapareció durante una avalancha repentina. Los rescatistas encontraron a dos de ellos — lamentablemente, ya sin vida. Markus y su colega Andreas fueron buscados durante más de un mes. La versión oficial afirmó que, probablemente, habían caído en una grieta, y sus cuerpos nunca fueron recuperados.

Eleonora se negó a creer en la muerte de su esposo. “Es demasiado experimentado para caer en esa trampa”, — repetía a amigos y familiares, quienes, con el tiempo, comenzaron a evitar ese tema en las conversaciones con ella.
Hace seis meses, un periódico local publicó un artículo sobre la “viuda de la parada de autobús”, como los habitantes del pueblo habían apodado a Eleonora. Fue la primera vez que abrió su corazón a la periodista Sophie: “Markus siempre volvía de las expediciones en el último autobús. Decía que le encantaba mirar las ciudades dormidas desde la ventana. Si está vivo, si logró sobrevivir — regresará de esa manera”.

Cuando le preguntaron por qué estaba tan segura de que su esposo podría estar vivo, Eleonora mostró una postal extraña que recibió ocho meses después de la tragedia. En ella aparecía un fiordo noruego, y al reverso, sólo una frase escrita con una caligrafía dolorosamente parecida a la de Markus: “La esperanza muere al último”. La postal fue enviada desde un pequeño pueblo en el norte de Noruega, pero la investigación policial no arrojó resultados.

Charlotte, la hermana de Eleonora, intentó convencerla de acudir a un psicólogo. “Estás destruyendo tu vida aferrándote a un fantasma”, — le decía. Pero la única respuesta que recibía era una triste sonrisa y el inquebrantable: “El amor no tiene fecha de caducidad”.
Anoche, un hombre de pelo canoso apareció en el andén. Estaba de pie a un lado, observando a Eleonora mientras esperaba otro autobús. Se trataba de Thomas, el mejor amigo de Markus. Reuniendo todo su valor, se acercó a ella.

“Eleonora, debo decirte algo. Esa postal… Markus me pidió que la enviara si algo le sucedía. Fue idea suya dejarme varias postales de diferentes lugares. Quería que siempre creyeras que la esperanza permanece”.

Ella se quedó inmóvil, mirándolo con los ojos bien abiertos. Luego asintió lentamente.

“Lo sé, Thomas. Lo descubrí hace un año. Pero, sabes… en estos dos años he comprendido algo importante. Markus y yo pasamos quince años juntos, pero fue aquí, en este andén, donde entendí cuán profundamente lo amaba. Y cuánto lo sigo amando”.

Hoy, Eleonora estará nuevamente en el andén. Pero ahora no espera a un fantasma, sino que celebra su fidelidad a un sentimiento que resultó ser más fuerte que la muerte. Y en cada autobús que llega, ve una pequeña parte de esa vida que construyeron juntos. Una vida que continúa, a pesar de todo.

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