Un pequeño niño huérfano reza: «Dios, por favor, envíame a mi mamá»… Cuando de repente, en el silencio, una voz por detrás lo asustó: «Te llevaré conmigo»
Un pequeño niño huérfano estaba de rodillas en el silencio de la iglesia, con lágrimas corriendo por su rostro mientras suplicaba a Dios. «Dios, por favor, envíame a mi mamá», cuando de repente, en el silencio, una voz por detrás lo asustó. «Te llevaré conmigo», dijo suavemente.
El dolor del abandono deja cicatrices que apenas se pueden describir con palabras. Alan, de seis años, lo sabía demasiado bien. Dejado en un orfanato cuando era bebé, creció añorando a una madre que nunca conoció. Su joven corazón se aferraba a la esperanza, y ese día su oración se convirtió en un grito de salvación.
Alan se dio vuelta lentamente. Frente a él estaba un hombre alto con un abrigo oscuro. Sus ojos eran amables, pero tristes.
—¿Vienes aquí a menudo? —preguntó él.
Alan asintió, mirando al desconocido con cautela.
—Escuché tu oración, —continuó el hombre. —¿Por qué quieres encontrar a tu mamá?
El niño bajó la mirada, avergonzado mientras jugueteaba con la manga de su chaqueta vieja.
—Porque… nunca la he visto. En el orfanato dicen que me abandonó, pero yo no lo creo. Quiero saber la verdad.
El hombre asintió y extendió su mano.
—Vamos afuera. ¿Te gustaría un chocolate caliente?
Alan lo miró con dudas. En el orfanato siempre advertían sobre las personas peligrosas, pero algo en este hombre le decía que no le haría daño. Además, tenía hambre, y el chocolate caliente sonaba tentador.
Salieron al aire frío, y el hombre lo llevó a una pequeña cafetería en la esquina. Se sentaron junto a la ventana, y Alan tomó un sorbo ansioso de la bebida caliente.
—Me llamo Thomas, —se presentó el hombre. —Conocía a tu madre.
El niño se quedó inmóvil.
—¿Tú… la conocías? ¿Dónde está ella? ¿Está viva?
Thomas suspiró profundamente.
—Era mi hermana, Alan. Y no te abandonó.
Los ojos del niño se abrieron de par en par, sus manos empezaron a temblar.
—Pero ¿por qué… por qué no está conmigo?
Thomas pasó una mano por su rostro, como si estuviera organizando sus pensamientos.
—Era muy joven cuando naciste. Y estaba enferma. No tenía elección. Quería que estuvieras seguro, por eso te dejó en el orfanato, con la esperanza de que recibieras ayuda.
Alan se aferró a la taza, tratando de procesar lo que acababa de oír. Su corazón latía con tanta fuerza que parecía que todos en la cafetería podían escucharlo.
—¿Dónde está ella ahora? —su voz temblaba.
Thomas negó con la cabeza.
—Se fue… hace tres años. La enfermedad la venció.
Lágrimas calientes llenaron los ojos del niño. Se quedó en silencio, mirando su taza.
—Pero si tú eres su hermano, entonces… ¿somos familia? —preguntó después de un largo silencio.
Thomas asintió.
—Sí, y por eso vine. Te he estado buscando. Quería llevarte conmigo, si tú quieres.
Alan lo miró con los ojos muy abiertos. La idea de que tenía una familia después de todo, de que no estaba solo en este mundo, era casi demasiado hermosa para soportarla.
—¿Realmente quieres llevarme contigo? —susurró.
—Sí, —contestó Thomas con determinación. —Le prometí a tu madre que te encontraría. Si estás de acuerdo, podemos salir del orfanato juntos.
Alan de repente se dio cuenta de que su oración había sido escuchada. No había encontrado a su madre, pero había encontrado a alguien dispuesto a darle un hogar.
Las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas, pero ahora eran lágrimas de esperanza.