HISTORIAS DE INTERÉS

Un pequeño gorrión golpea en la ventana de un jubilado sordo: así es como sabe que tiene visitas

Un golpe. Apenas audible, ligero, como una gota de lluvia que cae sobre el cristal.

El anciano, vestido con un viejo jersey de lana, levantó la cabeza lentamente y miró hacia la ventana. Allí, en el estrecho alféizar, saltaba un pequeño gorrión, tocando el cristal con su pico una y otra vez.

Luis sonrió.

Sabía que si el gorrión había llegado, significaba que alguien estaba en la puerta.

Luis tenía setenta y ocho años. Desde pequeño había vivido en el silencio: no escuchaba las voces de las personas, ni el canto de los pájaros, ni el susurro del viento. Para él, el mundo siempre había sido mudo, y se había acostumbrado a ello. En su juventud trabajó como carpintero, creando muebles que servían a las personas durante años. Sus manos sabían sentir la textura de la madera como otros sienten la música.

Con el tiempo, cada vez estuvo más solo. Su esposa había fallecido hacía mucho tiempo, y sus hijos se habían mudado a otras ciudades. Le llamaban, le escribían mensajes, pero el teléfono para él era algo inútil. Rara vez salía de casa, y no recibía visitas con frecuencia.

El silencio, familiar desde su nacimiento, se había vuelto más agónico en su vejez.

Todo cambió aquel invierno, cuando un pequeño gorrión apareció por primera vez en su ventana.

Un día, Luis notó que el pájaro venía cada mañana a su alféizar. Era un gorrión diminuto, con plumas grises y ojos curiosos. No solo se posaba, sino que golpeaba el cristal con su pico.

Al principio, Luis no le dio importancia, pero luego se dio cuenta de algo extraño: cada vez que alguien venía a visitarlo, el gorrión ya estaba en la ventana, golpeando con vehemencia, como si lo estuviera avisando.

Un día fue una vecina con un pastel casero.

Otra vez, el cartero con una carta de su hijo.

Más tarde, un amigo de la infancia, que decidió visitarlo después de muchos años.

Luis nunca entendió por qué el pájaro hacía aquello. Quizás solo le gustaba su ventana. O quizás intuía que aquel anciano necesitaba un pequeño milagro.

Pasaron los meses, y el gorrión seguía viniendo. Luis incluso comenzó a dejar migas en el alféizar para él. Cada mañana miraba hacia la ventana, esperando el ya familiar golpeteo.

Hasta que un día, el gorrión no vino.

Luis esperó un día, dos… pero la ventana permaneció vacía.

Su corazón se encogió. No sabía qué habría pasado con su pequeño amigo, pero sin ese golpeteo, la casa se sentía aún más vacía.

Unos días después, llamaron a la puerta.

Luis no lo notó de inmediato – sin el gorrión, había dejado de esperar visitas. Cuando abrió la puerta, encontró a una mujer joven en el umbral.

— Disculpe, soy su nueva vecina. Me hablaron de usted… — dijo con una tímida sonrisa. — Vi al gorrión golpeando en su ventana y pensé que quizá querría saber… Está vivo. Solo que ahora tiene familia.

La mujer le contó que el gorrión había construido un nido cerca de su casa. Ahora tenía polluelos, y ya no venía a la ventana con la misma frecuencia.

Luis asintió y, con una sonrisa, miró al cielo.

Aquel día entendió que, incluso los seres más pequeños, pueden cambiar una vida.

Y aunque ahora el gorrión ya no golpeara en su ventana, había dejado una huella en su corazón. Además, le había ayudado – le había recordado que, en este mundo, siempre hay espacio para el cuidado, incluso si viene de la forma más inesperada.

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