HISTORIAS DE INTERÉS

Un jubilado leía el periódico todos los días en el mismo banco del parque – hasta que un día se sentó alguien a su lado y cambió su vida para siempre

Cada mañana, puntualmente a las nueve, Harold llegaba al parque. Era un hombre de costumbres: sombrero oscuro, bufanda de cuadros, periódico cuidadosamente enrollado bajo el brazo y un termo pequeño con café. Siempre se le podía encontrar en el mismo banco, junto al castaño, donde los rayos del sol se filtraban suavemente entre las hojas. Leía el periódico despacio, con atención, como si no solo mirase las letras, sino también el pasado.

La gente pasaba. Algunos asentían con la cabeza, otros saludaban con la mano; algunos incluso dejaban que sus perros olfatearan sus zapatos. Harold sonreía cortésmente, pero rara vez hablaba. Tenía sus propias mañanas silenciosas.

Un día, a principios de octubre, un desconocido se sentó a su lado. Era joven, llevaba una chaqueta con capucha y un cuaderno en las manos. Harold levantó la mirada, asintió y volvió a bajar los ojos al artículo que estaba leyendo.

— Disculpe, — dijo de pronto el joven. — ¿Podría contarme algo? Estoy escribiendo un artículo. Sobre hábitos. Sobre personas que se mantienen fieles a sí mismas.

Harold arqueó una ceja. Luego se encogió de hombros.

— Le escucho.

La conversación comenzó. Primero, con cierta incomodidad; luego, con fluidez. El joven se llamaba Alex. Era becario en un periódico local y estaba buscando “historias reales”. Aquella vez hablaron casi una hora. Al día siguiente, otra vez. Y después, una vez más.

Resultó que Alex había perdido recientemente a su padre. También era un hombre callado, serio, obstinado. Y en Harold no solo encontró un personaje para su artículo, sino un recordatorio de algo cálido, algo perdido.

— Se parecen. Pero usted… está más cerca, — le dijo un día.

Harold no respondió. Simplemente le sirvió café de un segundo vaso — siempre llevaba dos, por si acaso. Desde entonces, aquello se convirtió en una nueva rutina.

Hablaron de todo: de libros, de política, de comida, de películas. Harold contaba historias que nadie había oído antes. Alex compartía sus inquietudes.

Un mes después, salió el artículo. En la portada: “El hombre bajo el castaño”. Sin apellidos, sin grandilocuencias — solo una historia. Harold lo leyó tres veces. Luego lo dobló cuidadosamente y lo guardó en la carpeta donde archivaba los artículos importantes para él.

Pero lo más importante no fue eso. Alex siguió visitándolo. Incluso después de haber terminado el artículo. Y un día, llevó consigo a su hermano menor.

— Él también ha perdido a alguien. Y usted sabe… estar ahí, — le dijo.

Harold no estaba acostumbrado a aquello. Pero de pronto comprendió: los años de soledad no habían sido en vano. Lo habían preparado para esa mañana. Para ese banco. Para esas personas.

Porque un día, cualquiera puede sentarse a tu lado — y no solo cambiar tu día. Sino toda tu vida.

Leave a Reply