PERROS

Te esperaré, aunque regreses tarde, porque para mí eres el mundo entero

A Charlie, un perro de pelaje rojizo con manchas blancas en las patas, lo adoptó Tomás, un hombre mayor que vivía solo en una casa acogedora a las afueras de la ciudad.

Con Charlie, los días de Tomás se llenaron de alegría; aunque a veces lo regañaba por sus travesuras, siempre lo perdonaba. Para Charlie, Tomás era todo — el centro de su mundo, su único amigo y la razón de su existencia.

Cada mañana, Charlie acompañaba a Tomás hasta la puerta y lo esperaba, mientras él iba de compras. Luego, Tomás iba al jardín y Charlie lo seguía, sentándose a su lado y mirándolo con devoción.

Los días pasaban, y los paseos por la vecindad se convertían en rituales importantes para ambos. Tomás, aunque no era muy hablador, le contaba a Charlie sus recuerdos, pensamientos y hasta sobre su salud, que empezaba a fallar.

Charlie quizá no comprendía todas las palabras, pero lo escuchaba atentamente, como diciéndole: “Estoy aquí y no me voy a ir.”

Una mañana, Tomás se sintió mal. Le pidió al vecino que cuidara de Charlie y fue al hospital, prometiéndole que volvería pronto. Charlie lo esperó todo el día en la puerta, pero Tomás no regresó.

A la mañana siguiente, en lugar del paseo habitual, Charlie se sentó de nuevo en la puerta y no se movió. No entendía por qué su amigo no volvía, y su corazón estaba lleno de inquietud.

Pasaron los días, y Charlie seguía esperando. El vecino, que sabía cuánto amaba Tomás a su perro, venía a darle de comer, pero no lograba hacer que se alejara de la puerta.

Charlie salía solo cuando era absolutamente necesario y regresaba de inmediato a su lugar en la entrada, siempre con la mirada fija en la distancia.

Las semanas pasaron, y Tomás no regresaba. Nadie se atrevió a contarle a Charlie que su amigo no volvería, así que él continuaba esperando. Con el tiempo, adelgazó y sus ojos perdieron brillo, pero cada día ocupaba su lugar en la puerta. Los transeúntes lo observaban y admiraban su lealtad.

En invierno, cuando las calles estaban cubiertas de nieve, Charlie, ya débil, se recostó en el frío de la terraza. Pero un día, al escuchar un sonido familiar, se levantó rápidamente: era el coche de Tomás, conducido por su nieto.

Charlie se levantó y corrió con sus últimas fuerzas hacia el coche, como si supiera que ese era el momento de reencontrarse con su amigo, aunque en otra forma.

El nieto de Tomás salió del coche y levantó a Charlie en sus brazos, sorprendido de su lealtad. Sabía que su abuelo había dejado un lugar especial en su corazón para Charlie, y decidió llevárselo a su casa.

En su nuevo hogar, Charlie finalmente se sintió seguro. Y, aunque Tomás ya no estaba con él, Charlie sabía que su lealtad había sido recompensada — había esperado a su amigo, quien para él era todo el mundo.

Leave a Reply