– No me llames más, mamá, estoy ocupada, – grité al teléfono. Y mamá no me volvió a llamar…
— ¡No me llames más, mamá, estoy ocupada! — grité al teléfono y colgué bruscamente.
En ese momento me parecía que tenía derecho a hacerlo. Fechas límite en el trabajo, problemas que me parecían lo más importante del mundo, el estrés constante… Las llamadas de mamá, sus preguntas sobre si había comido, si me sentía bien — todo eso me irritaba. No tenía tiempo para eso.
Y mamá no volvió a llamar. Ni ese día, ni al siguiente. Ni al cabo de una semana.
No me di cuenta de inmediato. En el ajetreo de los días simplemente disfrutaba del silencio. Nadie más me distraía con preguntas tontas, nadie me recordaba que debía descansar y cuidarme. Estaba a mi propio cargo, y me parecía que eso era justo lo que quería.
Pasaron dos semanas.
Una noche de repente me di cuenta de que no había escuchado la voz de mi mamá en mucho tiempo. “¿Por qué no llama? ¿Está ofendida?” Miré el teléfono, pero no había llamadas perdidas. Ni siquiera había mensajes.
Suspiré y decidí llamar yo misma. Nadie contestó. “Claro, como no me necesita, ahora ella se siente orgullosa”, — pensé irritada.
Al día siguiente marqué el número otra vez. Y de nuevo — silencio.
La preocupación comenzó a crecer dentro de mí. ¿Y si algo había pasado? Recordé sus palabras: “Siempre estaré cerca si quieres hablar”. ¿Y si ya no puede estar cerca?
Lo dejé todo y me fui a su casa. Abriendo la puerta con mi llave, sentí mi corazón latir con fuerza. En el apartamento estaba en silencio. Demasiado silencio.
Mamá estaba acostada en la cama, sosteniendo el teléfono en sus manos. Sus ojos estaban cerrados y su rostro tranquilo, como si simplemente estuviera dormida. Pero ya no estaba.
En la mesita de noche había una taza de té que quedó sin terminar. Al lado había un viejo álbum de fotos. Lo abrí con manos temblorosas — en la primera página estaba mi foto, donde todavía pequeña, estaba sentada en sus rodillas.
Todo se oscureció ante mis ojos. “¿Cuándo sucedió? ¿Intentó llamarme? ¿Quería despedirse?”
Abrí su teléfono apresuradamente. El último número marcado — el mío. La fecha de la llamada — el día que le dije que no llamara.
Mamá no volvió a llamar.
Ahora llamo yo. Todos los días. Pero nadie responde.