HISTORIAS DE INTERÉS

Mi esposa desapareció hace 15 años, habiendo salido a comprar pañales. La encontré la semana pasada en el supermercado, y lo primero que dijo fue: “Tienes que perdonarme”

Nunca olvidaré aquel día.

Era tarde cuando Clara se puso la chaqueta y, tras besarme en la mejilla, dijo:

— Vuelvo enseguida, solo voy a por pañales.

Nuestra hija, Lily, era muy pequeña entonces, y llevábamos una vida tranquila y ordinaria. Clara era una madre atenta, una esposa amorosa. Y en aquel momento, nada hacía prever lo que vendría.

Se fue… y nunca volvió.

La esperé una hora, dos, después toda la noche. Llamé a hospitales, a la policía, a todos nuestros conocidos. El coche apareció tres días después, abandonado en el aparcamiento del supermercado. Sin señales de violencia, sin notas, nada. Simplemente desapareció.

La policía nunca encontró pistas. Algunos sugerían que se había ido por su propia voluntad, otros decían que fue víctima de un crimen. Yo… yo no sabía en qué creer.

Pasaron 15 años.

Aprendí a vivir sin ella. Lily creció, se convirtió en una joven maravillosa, aunque nunca dejó de preguntar por su madre.

— ¿Crees que está viva? — preguntaba a veces.

No sabía qué responder.

Y entonces, la semana pasada, la encontré.

Simplemente entre las estanterías del supermercado.

Me quedé parado, como si me hubieran clavado al suelo.

Apenas había cambiado, con el mismo cabello, solo unas cuantas canas, los mismos ojos… Pero había algo diferente en ella.

Cuando me vio, su mano tembló, casi dejando caer una caja de jugo.

Y lo primero que dijo:

— Tienes que perdonarme.

En mi cabeza gritaban miles de preguntas.

— ¿Perdonarte? ¡Desapareciste, me dejaste con una niña pequeña y ni una palabra! ¿Dónde has estado?

Clara cerró los ojos, respiró profundamente.

— Por favor, escúchame.

Permanecí en silencio.

Sacó su teléfono, buscó algo rápidamente y me mostró una fotografía.

En la pantalla — ella, en una habitación de hospital. Pálida, con tubos conectados a sus brazos.

Sentí que todo en mi interior se volcó.

— ¿Qué…?

— No me fui. Me secuestraron.

Empezó a contar.

Esa noche, cuando salió a por pañales, un hombre se le acercó. Le sonrió, le pidió indicaciones. Y luego… todo se oscureció.

Despertó en un lugar desconocido — una pequeña habitación sin ventanas, una sola bombilla en el techo.

No sabía por qué la retenían. No sabía para qué. Intentó escapar, pero sin éxito. Lo único que le ayudaba a no volverse loca eran los pensamientos sobre Lily.

— Pensaba en ustedes todos los días. En cómo le enseñas a caminar, cómo crece…

Cerré los ojos. No sabía qué era peor: haberla perdido o saber que todos estos años ella estuvo ahí… en cautiverio.

— ¿Cómo escapaste? — finalmente pregunté.

Clara apretó los labios.

— Un día eran menos. Una persona me ayudó a salir. Me llevó al hospital. Me llevó tiempo recuperarme. Pensaba que no podría regresar… que ustedes ya no estarían.

— ¿Por qué no nos buscaste?

Suspiró.

— Tenía miedo. Miedo de que me odiaras. Miedo de que Lily no quisiera verme.

Estábamos de pie entre las estanterías de pastas, y entre nosotros colgaban 15 años de dolor.

— ¿Dónde vives ahora? — pregunté en voz baja.

— En un refugio para mujeres, — desvió la mirada. — No tengo a nadie… excepto ustedes.

Respiré profundamente.

— Lily debe saberlo.

Cuando Lily la vio, se quedó paralizada.

Unos segundos… y luego corrió a los brazos de su madre.

Ambas lloraban.

Las observaba y comprendía: nunca recuperaremos esos 15 años.

Pero quizá podamos empezar de nuevo.

Y ese era el único camino correcto.

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