La soledad en la vejez: cuando los hijos han crecido, pero nadie recuerda llamar
Había un tiempo en que no podía salir de la cocina — todo resonaba, bullía, alguien llamaba, alguien preguntaba, alguien pedía. Ahora — solo el reloj. Y la radio. Y la tetera que hierve para una sola persona.
Sus hijos se han dispersado. Son exitosos, inteligentes, ocupados. Tienen reuniones, vuelos, tráfico. Ella no los culpa. Está orgullosa. Pero el corazón no entiende. Sigue esperando que alguien, de repente, llame. Pregunte cómo está su salud. Simplemente diga: “Hola, mamá”.
Cada mañana hace lo mismo. Prepara té, abre la ventana, acaricia al gato, revisa el teléfono. Nada. A veces llega un SMS del banco. A veces — publicidad de una farmacia. Pero su historia personal — ya no interesa a nadie. Sus nietos ni siquiera saben que alguna vez actuó en el teatro. Que sabía bailar vals. Que podía detener una discusión con una sola mirada. Ahora, ella es simplemente la abuela.
A veces marca el número de su hijo. Escucha los tonos de llamada. Y cuelga el teléfono. “Probablemente, ocupado”. Luego va a la tienda. El vendedor pregunta: “¿Puedo ayudarle?”. Y esa es la única frase del día, dirigida personalmente a ella.
Por la tarde, se sienta junto a la ventana. Mira la luz en las ventanas ajenas. Alguien regresa del trabajo. Alguien abraza a un niño. Y ella simplemente observa. Como espectadora de su propia vida, de la cual los protagonistas se han ido silenciosamente.
Pero ella todavía espera. Y cree que algún día el teléfono sonará. Y una voz dirá: “Mamá, lo siento, hace tiempo que no llamaba”. Y eso será suficiente. Para sentirse de nuevo parte de la vida de alguien.