HISTORIAS DE INTERÉS

Estaba segura de que el primer amor estaba olvidado hace mucho tiempo… hasta que un encuentro casual cambió todo…

Tenía solo doce años cuando sentí por primera vez lo que más tarde llamaría amor. Pero en aquel entonces parecía algo demasiado grande, demasiado real, como para llamarlo simplemente «un amor infantil». Él vivía en la puerta de al lado. Nos conocíamos de siempre, pero un día todo cambió. Su risa se convirtió en música para mis oídos, su mirada — una promesa secreta. En verano pasábamos las tardes en el patio, y un día me tomó de la mano. Así, sin palabras. Mi corazón latía tan fuerte que pensé — me delataría. En ese momento decidí: «Esto pasará». Pero los años pasaron, y no pasó. Y entonces, muchos años después, entré en una tienda y lo vi. Sus ojos se cruzaron con los míos — y mi mundo entero se vino abajo en un segundo…

Siempre pensé que ese sentimiento se quedaría en algún lugar en el pasado lejano, junto con los juegos en el patio, los helados de paleta y las ruidosas tardes de verano. El primer amor, me decían, — no es más que emociones de adolescente. Yo misma me convencía: lo olvidaré, creceré y me reiré de lo tonto que parecía todo entonces. Pero no fue tan sencillo.

Éramos aún niños, pero recuerdo cada detalle de ese verano. Nos sentábamos en un banco viejo, discutíamos quién jugaba mejor al fútbol, comíamos helado barato y nos reíamos hasta llorar. Él estaba cerca, y eso era suficiente para que el mundo pareciera completo. Y luego, una noche, cuando el patio ya se sumía en la penumbra, me tomó de la mano. Era tan simple y tan serio a la vez. No sabía qué decir, así que guardé silencio, y mi corazón estaba listo para saltar de mi pecho.

En otoño todo cambió. Fuimos a escuelas diferentes. Él hizo nuevos amigos, yo — nuevas responsabilidades. Nos encontrábamos cada vez menos, a veces por casualidad en la calle. Cada vez fingía que todo estaba bien, pero luego no podía dormir recordando a él.

Pasaron los años. Crecí, estudié, trabajé, salí con otros. Tuve relaciones que parecían serias, pero se desmoronaban. A veces me parecía que lo había olvidado, pero bastaba con escuchar su nombre o ver en la calle una silueta similar — y todo regresaba. Era como una vieja herida: aparentemente no dolía, pero al tocarla dolía tanto que me dejaba sin aliento.

Recientemente nos encontramos de nuevo. Un día cualquiera, una tienda cualquiera. Iba por pan y leche, como siempre, y de repente lo vi. No lo reconocí de inmediato — su rostro había cambiado, las arrugas eran visibles, su cabello estaba un poco canoso. Pero cuando sonrió, supe: era él. Aquel chico que una vez me sostuvo de la mano.

— ¿Eres tú? — exhalé, apenas conteniendo el temblor.

— Sí, — respondió él. Y en su voz sonaba el mismo calor que escuché entonces, hace muchos años.

Hablamos de cosas sencillas: del trabajo, de la familia, de lo rápido que pasa el tiempo. Para el que mira desde afuera, sería una conversación normal entre dos conocidos. Pero para mí, cada frase suya resonaba en lo profundo, como si estuviera abriendo nuevamente puertas que yo intentaba cerrar. Quería preguntar: ¿recuerdas aquel verano? ¿Nuestra banca, el helado, aquella noche? Pero me quedé callada.

Cuando nos despedimos, él se fue, y yo me quedé parada en el lugar. Y de repente entendí una verdad simple pero cruel: el primer amor no desaparece. Vive en nosotros siempre — silencioso, desapercibido, a veces doloroso. Por muchos años que pasen, el tiempo no tiene poder sobre él.

¿Y ustedes creen que el primer amor nunca desaparece? ¿Que incluso después de décadas, un solo momento «casual» puede traer de vuelta esos sentimientos que una vez hicieron parar el corazón?

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