“El perro miraba suplicante a cada transeúnte, pero todos pasaban de largo. Solo un chico con un abrigo caro vino en su ayuda.”
Cerca de la entrada de una tienda concurrida, estaba sentado un perro atado. Temblaba en el asfalto frío, y sus ojos tristes seguían a cada persona que pasaba.
Los transeúntes iban de prisa con sus asuntos, algunos echaban un vistazo rápido, pero nadie se detenía a averiguar por qué el animal estaba allí solo, tan indefenso y perdido.
El perro claramente estaba esperando algo – o a alguien.
Pasaban los minutos y la mirada silenciosa del perro se volvía cada vez más desesperada. Quería ladrar, pero en lugar de eso solo gemía suavemente, bajando la cabeza sobre sus patas, como si estuviera perdiendo la esperanza.
Las personas pasaban en pareja, padres con sus hijos, gente con bolsas de compras, pero nadie notaba la mirada triste con la que el perro seguía a cada uno que se acercaba a la puerta.
Y entonces, en medio de todo ese bullicio, apareció un joven. Su elegante abrigo destacaba en medio de la multitud, pero lo que más llamaba la atención era la manera en que miraba al perro.
El joven inmediatamente redujo el paso, observó de cerca, como si hubiera sentido algo, y sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia el animal. Se agachó para estar al nivel del perro y le acarició suavemente la cabeza.
El perro levantó la mirada, llena de gratitud y alivio, como si finalmente alguien hubiera escuchado su silencioso ruego.
El joven miró a su alrededor, tratando de ver si había algún dueño cerca. Pero nadie se acercaba, y el perro seguía atado en el mismo lugar. El joven sacó su teléfono y llamó a un refugio local de animales, mientras trataba de calmar al perro con palabras suaves.
No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado el animal allí, pero ya sabía que no podía dejarlo a su suerte.
Cuando llegó el empleado del refugio, el joven le proporcionó toda la información y acordó que seguiría la situación de cerca. Incluso dejó su contacto para asegurarse de que el perro estuviera a salvo, y si nadie lo reclamaba, estaba dispuesto a llevárselo a casa.
El gesto del joven, con su costoso abrigo, fue un recordatorio de que incluso en el día más agitado siempre hay espacio para la compasión. Con su gesto, demostró que cualquiera de nosotros puede ser un héroe para quienes lo necesitan.
El perro ya no estaba solo – había encontrado un amigo que escuchó su llamado de auxilio.