El destino de una madre – esperar a sus hijos
La mañana amaneció tranquila y nublada: nubes grises cubrían el cielo, y había una sensación de que todo el mundo de repente decidió ir más despacio. Ana estaba sentada junto a la ventana, sosteniendo una taza de té frío, pero no se daba cuenta de que la bebida había perdido hacía tiempo su aroma y calor. Sus pensamientos estaban ocupados con una sola idea: «¿Cuándo llegarán?» La débil luz se reflejaba en los viejos marcos de madera, y por un momento a Ana le pareció que no eran simplemente sombras en el vidrio, sino contornos del pasado, destellando ante sus ojos.
Siempre había esperado a sus hijos. Primero, hace muchos años, contando los días y semanas con ansiosa espera cuando en su vientre crecía una nueva vida. Esa sensación de expectación alegre es incomparable. El bebé crecía, y Ana esperaba el momento en que pudiera abrazarlo contra su pecho. El placer de sentir los suaves movimientos debajo de su corazón se mezclaba con miedo y asombro: ¿cómo nacerá? ¿Estará sano? ¿Podrá ella darle todo lo necesario?
Luego llegó otra época – el tiempo en que, después de haber acompañado a su primogénito, y luego al menor, de la mano a la escuela, Ana los observaba partir con el corazón en un puño. Tan pronto como las pequeñas figuras de los niños desaparecían tras la pesada puerta de la escuela, empezaba a esperar la llamada, a esperar su regreso, a esperar relatos sobre la primera clase, sobre la estricta maestra y los nuevos amigos. Era como si la vida se dividiera en dos partes: antes de que los niños regresaran y después. La alegría de verlos aparecer en el umbral era una recompensa invaluable por horas de preocupación y soledad afligida.
Cuando los niños crecieron, Ana pensó que aprendería a dejarlos ir sin miedo, ya que ya no eran pequeños. Pero todo resultó ser más complicado: las universidades estaban en otras ciudades, y a veces incluso en otros países. Entonces, la espera se volvió aún más prolongada y dolorosa. Regularmente revisaba su teléfono, esperando oír una voz familiar. Y cada vez que sonaba una llamada, su corazón se detenía con la esperanza: «Son ellos, todo está bien, tienen tiempo para hablar conmigo».
Con los años, Ana poco a poco hizo las paces con el hecho de que esperar – no es un castigo, sino posiblemente la misión más importante de su vida. Junto con su esposo soñaban que algún día la casa se llenaría de nietos, y las celebraciones familiares devolverían esa alegría bulliciosa que traen los niños. Pero su esposo se fue antes, y en el gran apartamento, Ana se quedó sola, continuando guardando amor por todos los que no podían estar cerca. Ahora los nietos también aparecían raramente en el umbral – ocupados con sus diarias responsabilidades y preocupaciones, llegaban como visitas de otros mundos. Y aún así Ana esperaba: no importa la edad que tengan, siguen siendo sus hijos, su esperanza y significado.
Recordó cómo hace unos años su hija Emma trabajó toda una temporada en el extranjero, casi sin ponerse en contacto. Ana cada noche, cerrando las persianas, pensaba: «¡Ojalá llame mañana!» Y una noche tarde sintió vibrar el teléfono: «Mamá, extrañaba tanto el hogar…» – dijo su hija. En ese momento, Ana sintió tanta alegría que no pudo contener las lágrimas. Porque ser madre – significa alegrarse incluso con una llamada corta, porque la esperas con todo tu corazón.
Ahora, sentada en la silla frente a la ventana, Ana una vez más pasaba por su mente cientos de recuerdos de cómo en la infancia su hijo Lucas suplicaba que no cerrara la puerta hasta su llegada, porque quería ver su sonrisa en el umbral. O cómo Emma, al salir corriendo con sus amigas, gritaba desde la distancia: «Mamá, regresaré a las ocho en punto, ¡no te preocupes!» – pero nunca llegaba a tiempo, y Ana no podía enojarse con ella. Cualquier retraso terminaba con abrazos y una sinfín de explicaciones de por qué se había demorado.
Hoy era un día especial. Los niños, que habían dejado hace tiempo la ciudad natal, prometieron venir. Ana trataba de no hacerse demasiadas ilusiones: cualquier cosa podía suceder – tráfico, trabajo, asuntos repentinos. Pero aun así, su corazón palpitaba con expectación excitante: puso un ramo de margaritas en un florero, sacó platos del conjunto que había guardado para «ocasiones especiales». Para una madre, estos encuentros siempre son una celebración, porque cada vez pueden ser los últimos en una serie de raras reuniones.
El reloj marcó las cinco, y Ana escuchó un susurro en la puerta. En su pecho todo parecía explotar con una sensación de felicidad y preocupación: «¿Y si son los vecinos? ¿Y si los niños no pueden hoy?» Pero entonces se escucharon en el vestíbulo voces familiares – Lucas y Emma. Sonreían, sosteniendo un pequeño ramo de lirios. Ana respiró hondo y sintió cómo las lágrimas brotaban en sus ojos. No importa cuántas veces los hijos lleguen, el corazón de una madre siempre palpita de alegría al ver sus rostros.
La hija abrazó a Ana tan fuerte que parecía querer compensar todas esas semanas en las que no pudo verla. El hijo puso la bolsa de compras sobre la mesa y la besó en la mejilla. En esos momentos, Ana comprendía: ninguna distancia ni años pueden borrar lo esencial – siempre será su mamá. Y su destino – esperar y recibirlos en la puerta, alimentarlos con sus platos favoritos y despedirlos con abrazos tiernos al decir adiós.
Que alguien diga que esperar constantemente – es una carga, no una bendición. Pero Ana sabía: ser madre – significa guardar en el alma un suministro infinito de amor y paciencia, y lo más importante – la certeza de que un día los hijos cruzarán la puerta del hogar para sumergirse una vez más en el calor de sus brazos y comprender que aquí siempre son bienvenidos.
Así es como resulta: el destino de una madre – es esperar a sus hijos. Incluso si se quedan bajo la puerta solo unos minutos, incluso si la vida adulta los envuelve en su torbellino. Ella siempre verá en ellos a los pequeños, corriendo por el patio y riéndose en voz alta sin ningún motivo. Y cada vez, mientras su corazón lata con amor, abrirá la puerta con la esperanza de ver a aquellos a quienes ha esperado toda su vida.