PERROS

«Cuanto más conozco a las personas, más amo a mi perro.»

Cuando miro a mi perro, mi fiel amigo que nunca me fallará, comprendo que él es quien me da el apoyo y la fuerza que a menudo me faltan en este mundo.

Su mirada, llena de amor, calma y paciencia, revela más de mí de lo que yo mismo puedo expresar. No hay reproches, ni juicios; solo existe esa alegría pura y genuina cuando llego a casa. Cada día, esa alegría es un milagro, y es precisamente eso lo que me hace sentir necesario y amado.

Mi perro siempre está a mi lado en los momentos difíciles y no necesita palabras para mostrar su apoyo. Simplemente permanece en silencio, se acuesta a mi lado, apoya su cabeza en mis rodillas o se queda quieto, entendiendo que necesito su presencia.

En los momentos más complicados de la vida, cuando parece que nadie puede entenderme, mi perro permanece cerca y, con su mirada tranquila y leal, me dice: «Estoy aquí. Siempre estaré contigo». Y eso me calma, me devuelve la confianza en mí mismo y en el mundo.

Las personas pueden venir y marcharse; pueden traicionar y no comprender, dejando tras de sí un amargo sabor de decepción. Pero mi perro sigue siendo incondicionalmente leal, como si su mera presencia me recordara que el mundo aún está lleno de bondad y calidez.

Es como si supiera que su lealtad es importante, y cada vez que salgo de casa, me observa, confiando en que volveré, porque yo soy su universo, su único mundo.

Y me doy cuenta de que, para él, no soy solo una persona. Soy su amigo, su apoyo, soy todo lo que tiene. No espera logros de mí, no le importa cuánto dinero tengo ni cuán exitoso soy en la vida. Para él, soy perfecto solo por estar ahí. Y por ese amor incondicional, estoy más agradecido que por cualquier otra cosa en el mundo.

Es curioso cómo a veces la mirada de un perro, su silenciosa compañía, su cálido cuerpo junto a mí, pueden sanar el dolor mejor que cualquier palabra. En un mundo lleno de prisas y desilusiones, mi perro sigue siendo el único que siempre está de mi lado, el que me ve tal como soy y, aun así, me ama, aceptando todas mis debilidades y defectos.

A veces pienso que los perros saben más del amor que nosotros, los humanos. No viven para alcanzar metas, ni para obtener reconocimiento, ni por algo que solemos considerar importante.

Viven por nosotros, para, en cualquier momento, mostrar que el amor no es una promesa ni una obligación, sino la certeza silenciosa de que tu presencia es el mundo entero para alguien. Y eso es invaluable.

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