HISTORIAS DE INTERÉS

Compramos la casa de nuestros sueños — pero lo que ocurrió una semana después lo arruinó todo

Llevábamos casi dos años buscando esta casa. Revisamos decenas de anuncios, recorrimos cientos de kilómetros, discutimos, soñamos, dibujamos en papel dónde estaría la chimenea, dónde el sillón, dónde la ventana al jardín. Y cuando la encontramos — la fachada blanca, el viejo árbol en el patio, las habitaciones luminosas con ventanas hasta el suelo — lo sentí: era esta. La nuestra. Donde crecerá nuestra familia. Donde habrá olores de cenas, pasos descalzos sobre el suelo de madera y tranquilidad en las noches.

La mudanza fue en mayo. Clima cálido, todo florecía. Caminábamos por la casa como si fuera un museo. Con admiración y respeto. Cada detalle parecía un milagro. Incluso el crujir de las tablas del suelo — acogedor.

Y luego llegó esa semana. Y empezó todo.

Primero, los vecinos. Un golpe en la puerta — domingo, a las nueve de la mañana.

— ¿Sabían a dónde se mudaban? — preguntó una mujer de unos sesenta años, sin presentarse.

Me quedé desconcertada:

— ¿Qué quiere decir?

Ella bufó:

— Esta casa tiene mala fama. Cada dos años alguien se muda. O huye.

No lo creí. Habíamos revisado todo. El historial de los propietarios, los documentos — todo estaba limpio.

Después — el agua. Al tercer día, de repente, se rompió una tubería. El agua del baño inundó parte del pasillo. Tuvimos que cortar todo el suministro. El técnico que llegó tarde por la noche negó con la cabeza:

— ¿Quién les vendió esto? Este es un sistema de los años 80, nadie lo ha tocado. Todo se sostiene milagrosamente.

Después — el olor. Al principio, leve. Luego, persistente. Desde el sótano. Llamamos a un servicio especializado. Resultó que la vieja ventilación estaba obstruida. El aire húmedo se acumulaba en la casa, y si no lo hubiéramos notado — podría haber comenzado a formarse moho.

Y luego — lo más desagradable. Al final de la semana llegó una carta. A nombre del antiguo propietario. La abrí sin mirar. Dentro — una notificación del tribunal. Sobre una deuda. Y una amenaza de embargo de bienes. Empezamos a investigar. Descubrimos que las transacciones relacionadas con la casa eran extrañas. Uno de los documentos resultó ser falsificado. El banco congeló el registro hasta que todo se aclare.

Y ahora estamos sentados en nuestra «casa». En las cajas está todo lo que hemos acumulado. Y en el aire — miedo. No por los muebles. Por el sueño.

Miro por la ventana. Al mismo árbol. Ahí está, fuerte, viejo, sin sospechar que lo han hecho parte de otra nueva vida que, tal vez, haya que abandonar de nuevo.

A veces, la casa de tus sueños — no es una casa. Es una ilusión. Y el dolor de la destrucción no es por las grietas en las paredes, sino por las grietas en la fe. En que al menos algo en la vida será sencillo — y duradero.

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