HISTORIAS DE INTERÉS

Mi hijo me pedía dinero para un negocio. Me negué y eso le salvó la vida.

Cuando Felipe se graduó de la universidad, parecía estar en la cima del mundo. Joven, seguro de sí mismo, lleno de ideas y ambiciones. Hablaba de su startup con tal fuego en los ojos que casi le creí. Casi.

— Mamá, no es solo un negocio. Es el futuro. Solo necesito 30 mil euros. Te los devolveré. Rápido. Lo juro.

Lo escuché atentamente. Al principio serenamente. Después, con cautela.

Sabía cómo había estado viviendo los últimos dos años. Faltas a clases, fiestas, amigos que desaparecían tras cada nueva idea. No era una mala persona. Simplemente… terco. Inexperto. Y en esa terquedad había un riesgo.

— Felipe, no te daré ese dinero.

Se levantó de la mesa como si hubiera recibido un golpe.

— ¡Simplemente no crees en mí! Todos ustedes — ustedes son de una generación que teme al riesgo. ¡No quiero vivir una vida como la tuya: en un trabajo estable, sin verdaderas oportunidades!

Esas palabras me hirieron profundamente, pero me mantuve firme.

— Creo en ti. Pero no en la idea que te inventaste en dos días con un amigo que ya ha fracasado en dos negocios. Y no en un plan escrito en una servilleta. Soy tu madre. No un inversor.

Él cerró la puerta de un portazo. No llamó durante una semana. Dos. Silencio. Y luego, un mensaje breve:

«Tenías razón. Llamaré más tarde»

No entendí qué había sucedido. Pero mi corazón se encogió.

Cuando finalmente llegó, parecía un hombre que había atravesado una tormenta. Sin fanfarronería. Sin agresividad. Cansado y más calmado de lo que lo había visto jamás.

— ¿Recuerdas a Max? Me convenció de tomar un préstamo — a mi nombre. Pensamos que podríamos arreglárnosla sin tu dinero. Devolverlo rápido. Encontramos un inversor… que resultó ser un estafador. Se llevó el dinero. Desapareció. El préstamo quedó a mi nombre. Max desapareció. Me quedé con una deuda y un montón de mentiras.

Permanecí en silencio. Y él continuó:

— De hecho, podría haber firmado el contrato con ese “inversor”. Había condiciones… agresivas. Si no me hubiera retirado en el último momento, no sé cómo habría terminado todo. Simplemente recordé tus palabras: «No te metas en lo que no entiendes completamente».

Nos sentamos largo rato. Luego le sugerí:

— Empieza por lo pequeño. Consigue un trabajo. Paga la deuda. Aprende a sostenerte primero. Luego, a construir.

Ahora han pasado casi dos años. Felipe está trabajando. No en una startup sino en una compañía tecnológica común. Él mismo paga el alquiler, la comida, incluso ahorra. A veces aún habla de su proyecto. Pero ahora — con planos, tablas, cálculos. Y sin ilusiones.

A menudo repite:
— Gracias por haberme dicho que no en ese momento. Fue el regalo más honesto que pudiste haberme dado.

¿Podrían ustedes negarles algo a sus hijos si estos lo piden con la seguridad de que saben lo correcto? ¿O el amor es siempre apoyo, sin importar qué?

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