La abuela que va al mercado no a comprar, sino a recordar su juventud
Ella camina lentamente, con un viejo abrigo gris y una bolsa casi vacía. En el mercado la conocen, pero no como compradora. No viene por vegetales. No por descuentos. No por pan. Viene por algo que se ha ido hace tiempo pero que aún calienta el corazón — los recuerdos.
Cada mañana, a las 9:30, aparece en la entrada. Entra, respira los aromas — de pescado salado, verduras, especias, manzanas. Son los aromas del tiempo. Los aromas de su vida. Allí, junto al puesto de cítricos, una vez él le sostuvo la mano. Lo llamaban Lucas. Él reía, decía que las mandarinas eran frutos del sol, y compraba un kilogramo solo porque ella sonreía.
Al lado, el vendedor de quesos. Ese queso — igual al que tomaban ella y su esposo en su luna de miel. El sabor de la memoria. Ella no compra, solo mira. Lo importante no es comer — es recordar. En otro rincón — una tienda de cerámica. Allí están las tazas como las que tenía su madre. En ellas bebía té en la cocina, donde siempre olía a mermelada y cuidado.
Una vez alguien dijo: “Ella simplemente deambula”. Pero no es tan simple. Es su manera de vivir. En su mundo ya no hay más amigos, comidas ruidosas, viajes. Solo quedan imágenes del pasado. Pero si cobran vida en el mercado — entonces todavía hay sentido en la mañana.
Al principio, los vendedores intentaron venderle algo. Ahora simplemente asienten cuando se acerca. Alguien le dará un pedazo de queso, alguien le ofrecerá una pera — “solo prueba”. Ella sonríe, agradece, lo pone en la bolsa. Puede que lo coma, puede que no. Lo importante es que la ven.
A veces encuentra a otros ancianos — como ella, buscando rostros del pasado en los rostros del presente. Algunos recuerdan, otros simplemente miran al vacío. Pero todos ellos son parte del mercado. Parte de una vida viva, que no se apura.
Cuando vuelve a casa, en la bolsa puede haber solo un bollo. O nada. Pero su corazón está lleno de voces, imágenes, la luz de aquellos que ya no están cerca. Y mañana irá de nuevo. Porque solo allí, entre el aroma de las naranjas y las voces de los vendedores, siente que todavía está aquí. Todavía vive.