PERROS

Así parece la lealtad: cuando un perro espera en la puerta, aunque hace tiempo que no has regresado

Cada mañana ella se levanta la primera. Se estira, como siempre lo ha hecho, incluso cuando era un cachorro, y se dirige a la puerta con incertidumbre. Su cola tiembla levemente, sus orejas están alerta. Ella espera. Tal vez —hoy.

Hace ya varios meses que nadie abre esa puerta en la que ella veía tu reflejo. Nadie le da los buenos días, ni ríe cuando trae su viejo juguete de trapo —ese que tú llamabas “misión imposible”. Pero ella aún lo toma todos los días. Porque tal vez tú vengas. Y ella estará lista.

Así se ve la lealtad.
No es ruidosa. No es espectacular. Sin palabras altisonantes.
Solo un perro en la puerta. Simplemente esperando.

De vez en cuando los vecinos le traen comida. Alguien le rellena el cuenco de agua. Alguna persona la acaricia, le dice que “él no volverá”. Pero ella no entiende esas palabras. No porque los perros no entiendan el lenguaje. Sino porque su lenguaje es el sentimiento. Y el sentimiento le dice: tú todavía eres parte de su vida. Simplemente te has retrasado.

Ella no cuenta los días. No le importa cuánto tiempo ha pasado. Su cola empieza a moverse cada vez que chirría la verja o se oye el sonido de pasos. Se levanta ligeramente, moviendo la cola, temblándole el hocico. Pero no eres tú. Y ella vuelve a colocarse en la puerta, poniendo su hocico sobre sus patas.

A veces llueve. A veces nieva. Pero ella se sienta, paciente. Mira al vacío que una vez estuvo lleno de ti. Tu chaqueta todavía cuelga en el gancho del pasillo. Se acerca, hunde su nariz en la tela. Y por un segundo parece —ahí estás tú. De nuevo cerca. De nuevo en casa.

Así se ve la lealtad.
En cada respiración. En cada mirada. En ese silencio donde solo se escucha la esperanza.

La gente a menudo abandona. Olvida. Se va, cerrando puertas. Pero el perro —no. Se queda. No porque no pueda irse, sino porque no quiere. Porque para ella “amigo” —no es una palabra, es el sentido de la vida.

Quizás un día realmente regreses. Quizás ella llegue a ese día.
O quizás —no. Pero cada uno de sus días comenzará en esa puerta. Porque ella está esperando. No porque deba. Sino porque te ama. Sin condiciones. Sin razones.

Así es como realmente luce la lealtad. Un hocico canoso en una vieja puerta. Y una mirada en la que aún brillas tú.

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