HISTORIAS DE INTERÉS

El esposo buscaba a su esposa en cuidados intensivos tras un accidente, pero encontró en el pasillo a un niño que también había perdido a su familia

Martín no recordaba cómo había llegado al hospital. Todo lo que quedaba en su memoria era una llamada del servicio de rescate y tres palabras que habían cambiado su mundo: «Accidente. Grave. Venga rápido». Corrió hacia la sala de urgencias, dijo el nombre de Claire y lo enviaron al tercer piso, a la unidad de cuidados intensivos.

El pasillo estéril del hospital olía a desinfectante y a desesperación. Martín iba de una puerta a otra, buscando a alguien que le diera información sobre el estado de su esposa. Los médicos pasaban de largo, absortos en sus tareas urgentes, y las enfermeras prometían que «el doctor vendría pronto». Nadie se detenía.
Fue entonces cuando notó al niño.

El pequeño estaba sentado en una silla de plástico, con las piernas colgando, sin llegar al suelo. Tendría unos siete u ocho años, con un pelo rubio revuelto y una mirada vacía clavada en la pared de enfrente. En su camiseta había rastros de sangre, y en su mano sostenía un pequeño perro de peluche, algo desgastado y manchado por el tiempo.
Martín se sentó en la silla de al lado. En otro momento habría seguido de largo, completamente absorbido por sus propios problemas. Pero había algo en ese niño solitario que resonaba profundamente en su interior.

«Hola», dijo en voz baja. — «¿Estás solo aquí?»
El niño giró la cabeza lentamente. Sus ojos, grises como el cielo de invierno, parecían de una madurez inquietante.
«Sí», respondió tras una larga pausa. — «Ahora solo».
Aquella sencilla palabra, «ahora», golpeó a Martín con más fuerza que cualquier otra.
«Me llamo Martín. ¿Y tú?»
«Tomás. Esa era mi mamá», dijo el niño señalando con la cabeza la puerta de cuidados intensivos. — «Y mi papá. Veníamos de casa de la abuela».
Martín sintió un nudo en la garganta. Un accidente. El mismo accidente. La misma carretera donde su Claire…
«Mi esposa también está ahí», dijo sin saber cómo su voz se mantenía tan tranquila. — «¿Has hablado con los médicos?»
Tomás negó con la cabeza.

«Vino una trabajadora social. Dijo que volvería. Pero no volvió.»
En ese momento, la puerta de la unidad de cuidados intensivos se abrió, y un médico cansado, vestido con un uniforme quirúrgico verde, salió al pasillo. Miró alrededor y se acercó a ellos.
«¿Es usted familiar de Claire?», preguntó al dirigirse a Martín.
«Soy su esposo. ¿Cómo está?»
«Su estado se ha estabilizado. Múltiples fracturas, una conmoción cerebral, pero los órganos vitales no están afectados. Ha tenido suerte».

Suerte. Martín sintió que algo dentro de él se relajaba, y solo entonces se dio cuenta de cuánto tiempo había estado en tensión. Claire estaba viva. Viviría.
Se giró hacia Tomás, quien estaba mirando al médico con los ojos bien abiertos.
«Doctor, ¿y los padres de este niño… también están en cuidados intensivos?»
El médico fijó su mirada en el niño, y su rostro cambió. Se arrodilló frente a Tomás.
«¿Tú eres Tomás, verdad? Los trabajadores sociales ya están en camino. Lo siento mucho, pero tus padres… los médicos hicieron todo lo posible».
El silencio que llenó el pasillo fue abrumador. El niño no lloró. Simplemente apretó con más fuerza al perro de peluche.
Instintivamente, Martín le puso una mano en el hombro. En su mente resonaba un pensamiento incesante: «Podría haber sido ella. Podría haber sido Claire».

«¿Puedo quedarme con él hasta que lleguen los trabajadores sociales?», le preguntó al médico.
Él asintió y se marchó, dejándolos solos en el pasillo desierto.
«Tienes un perro muy bonito», dijo Martín tras un largo silencio.
«Es Bruno», respondió Tomás en voz baja. — «Me lo regaló papá».
Tres meses después, Martín y Claire firmaron los documentos de acogida temporal. Tomás se mudó con ellos, primero los fines de semana, luego por una semana, y, más adelante, de manera permanente.

Bruno seguía durmiendo en su cama. Y en la mesita de noche había una fotografía: un niño y sus padres, sonriendo frente a un lago.
A veces, un encuentro casual en el pasillo de un hospital no cambia solo una vida, sino varias a la vez. Y en esos entrelazados destinos, en esos giros inesperados que llegan en medio de la tragedia, a veces nace un nuevo comienzo.

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