«No somos nosotros quienes elegimos a los animales, sino ellos a nosotros» – la historia de una noche memorable
Marta vivía una vida tranquila y apacible en una pequeña casa acogedora en las afueras de la ciudad. Su amigo más leal era Jake, un perro inteligente y fiel, mezcla de pastor y callejero. Siempre estaban juntos: paseaban por el parque, jugaban en el campo y veían la puesta de sol junto al lago. Marta no podía imaginar su vida sin Jake, y él sin ella.
Pero un día, su vida acostumbrada cambió.
Aquella noche, Marta y Jake salieron a caminar por su sendero favorito a lo largo del parque, como de costumbre. Acababa de terminar una ligera lluvia, el aire estaba fresco y los charcos reflejaban la tenue luz de las farolas.
De repente, Jake se detuvo, levantando las orejas con cautela. Su nariz comenzó a moverse rápidamente, dio unos pasos hacia unos arbustos y gimió suavemente.
— ¿Qué hay allí, chico? — preguntó Marta con curiosidad mientras se acercaba.
Desde lo más hondo de los arbustos venía un apenas audible maullido chillón.
Marta se inclinó y a la luz de una farola vio un pequeño bultito, temblando de frío. Era un diminuto gatito, completamente mojado, sucio, con el pelaje pegado al cuerpo. Parecía tan asustado y congelado que el corazón de Marta dio un vuelco.
— Oh, pequeño… — susurró ella, extendiendo la mano.
El gatito primero se sobresaltó, pero no tenía fuerzas para huir. Solo la miró con ojos grandes y suplicantes.
Pero lo más sorprendente sucedió después.
Jake se acercó lentamente al arbusto, se acostó al lado y tocó suavemente con su nariz a la diminuta criatura. El gatito no se asustó; al contrario, se acurrucó contra él, y por un momento dejó de temblar.
— Buen chico, — sonrió Marta, — bueno Jake, parece que tenemos un nuevo amigo.
Ella envolvió al gatito en su bufanda y lo llevó a casa. Durante toda la noche, Marta cuidó del pequeño, lo alimentó con leche tibia y delicadamente le secó el pelaje.
Jake no se apartaba de ellos ni un momento. Observaba atentamente cómo aquel pequeño ser revivía ante sus ojos. Y cuando el gatito finalmente se durmió, hecho un ovillo, el perro puso suavemente una pata a su lado, como protegiéndolo.
— Te llamaremos Lampi, — susurró Marta, — porque ahora eres nuestro pequeño rayo de luz.
Han pasado varios meses desde entonces. Lampi se ha fortalecido, ha crecido y se ha convertido en un gato ágil y juguetón. Corretea por todos lados detrás de Jake, se sube a su espalda y se acomoda graciosamente junto a su costado cuando duermen.
Y Jake, aunque intentaba hacer como si el gatito no le interesara, en realidad se ha convertido en su verdadero hermano mayor. Soporta todas las travesuras de Lampi, juega con él e incluso le permite robar trocitos de comida de su tazón.
Marta los miraba y sonreía.
No planeaba tener otra mascota. Pero a veces la vida misma trae a nuestro hogar a aquellos que se convierten en parte de la familia.
Y ahora su familia estaba completa. ❤️