HISTORIAS DE INTERÉS

Los padres de mi exmarido aparecieron de repente y exigieron las llaves de su casa — acepté, pero con una condición

Algunos momentos cambian la vida para siempre. Para Lucas y para mí, ese momento fue el día en que, a los 17 años, apareció en mi puerta con los ojos llorosos y una mochila en la mano. Sus padres lo habían echado sin dar explicaciones, como si fuera un estorbo. Mi madre no lo dudó ni un segundo — lo acogió como a un hijo. Desde entonces, fue parte de nuestra familia.

Crecimos juntos, apoyándonos en el instituto y después en la universidad. Yo elegí trabajar en Recursos Humanos porque me gustaba entender a las personas. Lucas era un programador brillante, siempre resolviendo lo que a mí me resultaba complicado. Éramos un equipo perfecto, hasta que hace cuatro años, la vida nos golpeó cruelmente. A Lucas le diagnosticaron cáncer de huesos.

Nuestro mundo se desmoronó, pero nos mantuvimos unidos. Trabajé en dos empleos para pagar la casa que él había comprado mientras él recibía tratamiento. Lucas soñaba con que sus padres se arrepentirían y lo aceptarían de nuevo. Pero nunca aparecieron. Se fue con ese peso en el corazón.

Un mes después del funeral, aún sumida en el dolor, llamaron a la puerta. Al abrirla, vi a quienes lo habían traicionado en su momento más difícil. Clara, su madre, con una falsa sonrisa, dijo: “Lamentamos mucho. Debe ser difícil vivir aquí sola.” Permanecí en silencio, conteniendo las lágrimas. Alberto, su padre, afirmó fríamente: “La casa de Lucas nos pertenece.”

El abogado de ellos confirmó sus pretensiones. “Legalmente, sin testamento, los bienes pertenecen a los familiares directos.” Estaba furiosa. “Lo abandonasteis, y ahora queréis la casa por la que pagamos él y yo. Está a mi nombre.”

Pero no se dieron por vencidos. “A Lucas le habría gustado que la casa quedara en la familia,” — dijo Clara. Me armé de valor. “Lucas puso la casa a mi nombre hace un año. ¿La queréis? Pagadme lo que invertí durante estos cuatro años.”

Alberto gruñó: “No podemos permitirnos eso. Transfiere la hipoteca a nuestro nombre o nos veremos en los tribunales.” Lo miré sin pestañear. “Antes de ir a juicio, responded a esto: ¿por qué rechazasteis a vuestro hijo? ¿Por qué ignorasteis sus intentos de reconciliación?”

Saqué la carta que Lucas les dejó. Clara la abrió con manos temblorosas. Él escribió: “Perdón por no ser el hijo que queríais. Aprendí a perdonaros por el dolor que me causasteis. Espero que algún día podáis perdonaros a vosotros mismos.”

La habitación quedó en silencio. Sus rostros reflejaban amargura y decepción. “Pensamos que era lo mejor para él,” — murmuró Clara. Pero sus palabras eran vacías. Negué con la cabeza: “No es suficiente.”

El abogado entendió que no había nada más que hacer. “Será mejor que nos vayamos.” Se fueron en silencio, derrotados. Cerré la puerta sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. Lucas se había ido, pero protegí su memoria de quienes no lo merecían. Ahora esa casa era nuestra.

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