Cómo el golden retriever Basti transformó los días de hospital de un niño en momentos felices
Cuando Lucas, un niño de siete años, fue ingresado en el hospital, su mundo se puso patas arriba. En lugar de la escuela, los juegos con amigos y las noches acogedoras en casa, se encontró en una habitación estéril, rodeado de equipos médicos y el olor a antiséptico.
Los médicos decían que el tratamiento tomaría unas semanas, quizás más. Para un niño activo y curioso, era una verdadera prueba.
Lucas estaba triste. Sus días se hacían eternos, y ni siquiera sus libros favoritos o dibujos animados lograban distraerlo de la melancolía. Extrañaba a su familia, a sus amigos, pero sobre todo, a su perro Archie, que había quedado en casa.
“¿Por qué los perros no pueden venir al hospital?”, preguntaba a su madre. Ella simplemente sonreía con tristeza y prometía que pronto todo cambiaría. Y un día, realmente cambió.
Por la mañana, una mujer mayor con un delantal colorido entró en la habitación de Lucas, acompañada de un golden retriever de ojos marrones inteligentes y pelaje suave como la seda.
“¡Hola! Este es Basti y está ansioso por conocerte”, dijo la mujer, que se llamaba Ana. Lucas abrió los ojos de par en par y miró al perro con entusiasmo.
Basti se acercó a la cama del niño, moviendo la cola alegremente. Lucas, algo tímido, extendió la mano para acariciarlo. Su pelaje era cálido y suave. Basti lamió la mano del niño y luego colocó su cabeza en su regazo. Fue como magia: por primera vez en días, Lucas sonrió.
Ana explicó que Basti era un perro de terapia especialmente entrenado. Juntos visitaban el hospital para apoyar a los niños, ayudarles a distraerse de los pensamientos tristes y traerles alegría. “A Basti le encanta hacer felices a las personas, y también le encanta jugar”, añadió.
Desde ese día, los días de hospital de Lucas cambiaron por completo. Basti se convirtió en su fiel amigo. Pasaban tiempo juntos: jugaban juegos sencillos, aprendían comandos y a veces simplemente se abrazaban, como dos viejos amigos.
Lucas le contaba a Basti sobre su casa, cuánto extrañaba a Archie e incluso compartía sus miedos. “Parece que lo entiende todo”, dijo una vez a su madre.
Pero Basti hacía más que simplemente divertir al niño. Su presencia le daba a Lucas un sentimiento de paz y confianza. El niño comenzó a reír más, ganó fuerzas para probar nuevas actividades.
Los médicos notaron que su estado de ánimo había mejorado y, con ello, también el progreso en su tratamiento. “Ha encontrado un motivo para luchar”, dijo un día una doctora a la madre de Lucas.
Basti no solo fue un amigo para Lucas, sino también una fuente de inspiración. El niño incluso decidió que, cuando regresara a casa, comenzaría a entrenar a Archie para que también pudiera ayudar a otras personas, como lo hacía Basti.
Cuando el tratamiento llegó a su fin, Lucas se despidió de Basti con un fuerte abrazo. “Gracias por estar conmigo”, dijo, y aunque le costaba despedirse, sentía que todo estaría bien. Ana prometió que volverían a encontrarse cuando él se recuperara.
De regreso a casa, Lucas no podía dejar de sonreír. Sabía que todavía tenía mucho por delante, pero en su corazón siempre habría un lugar para Basti, el perro que transformó sus días de hospital en momentos felices.